jueves, 5 de marzo de 2015

Elegimos cuento para Kamishibai

Este curso celebraremos el día del libro con cuentos tradicionales que nos contaremos entre todos, familias y alumnos. Cada clase preparará un cuento de algun país del mundo, nosotros lo representaremos en el kamishibai que tosos conocéis.
Os dejo los textos de los dos cuentos que he pensado, uno es griego y otro de la India, a ver cuál os gusta más, después habrá que hacer los dibujos, colorear y representar.

En la votación ha resultado ganador el cuento AZUCAR Y SAL , así que ahora a prepararlo, ya os enseñaremos los resultados.

LAS DOS VASIJAS

Un aguador de la India tenía sólo dos grandes vasijas que colgaba en los extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros. Una tenía varias grietas por las que se escapaba el agua, de modo que al final de camino sólo conservaba la mitad, mientras que la otra era perfecta y mantenía intacto su contenido. Esto sucedía diariamente. La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues se sabía idónea para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y de no poder cumplir correctamente su cometido. Así que al cabo de dos años le dijo al aguador:
-Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo.
El aguador le contestó:
-Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo la tinaja y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo de la vereda; pero siguió sintiéndose apenada porque al final sólo guardaba dentro de sí la mitad del agua del principio.
El aguador le dijo entonces:
-¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Quise sacar el lado positivo de tus grietas y sembré semillas de flores. Todos los días las has regado y durante dos años yo he podido recogerlas. Si no fueras exactamente como eres, con tu capacidad y tus limitaciones, no hubiera sido posible crear esa belleza. Todos somos vasijas agrietadas por alguna parte, pero siempre existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados



AZUCAR Y SAL

Había una vez una casita de sal, construida al pie de la montaña.
En la casa vivían una viejita toda toda de sal, y un viejito todo todo de azúcar.
Unos días se querían mucho y otros no paraban de discutir:
Que si patatín, que si patatán...
Que sí si patatán, que si patatín...
Una tarde tuvieron una riña terrible, y acabaron tirándose los trastos a la cabeza.
La viejita levantó su bastón de sal y le gritó al viejito:
–¡Lárgate de aquí, viejo empalagoso! ¡Hazte una casa para ti solo!
El viejito se fue llorando; pero no mucho, para no derretir sus mejillas... de azúcar.
Con sus manos, de azúcar, construyó una casita de barro.
Era una casa muy linda, pero el viejito de azúcar estaba triste porque echaba de menos a la viejita de sal.
Un día decidió ir a verla, y le dijo:
–¿Me das un poco de sal para la sopa?
La viejita, enojada, le contestó:
–Si quieres sal, búscala en el fondo del mar.
El viejito volvió a su casa llorando; pero no mucho, para no derretir sus mejillas... de azúcar. Estaba desconsolado.
Entonces vio una nube grande y gris, y exclamó:
–¡Si pudieses llorar por mí...!
Y comenzó a llover...
A llover...
A llover cántaros.
Con tanta agua, la casita de sal empezó a derretirse.
La viejita salió bajo la lluvia, corriendo, para que no se le derritieran sus pies de sal, a la casita de barro.
Llamó a la puerta, gritando:
–¡Por favor, déjame entrar!
Y el viejito contestó:
–No quisiste darme ni un granito de sal. ¡Pues ahí te quedas!
Pero la viejita no se apartaba de la casa.
Al ver que se estaba derritiendo, el viejito sintió mucha pena y, despacito, le abrió la puerta.
Entonces, el viejito de azúcar y la viejita de sal se dieron un abrazo enorme, y se fundieron en un largo beso, ¡dulce y salado!
Como la viejita que era toda de sal estaba empapada, se quedó pegada al viejito, que era todo de azúcar.
Cuando estuvieron secos, por fin, pudieron despegarse.
Pero al viejito de azúcar se le quedó, para siempre, la boca de sal; y a la viejita de sal, para siempre, la boca de azúcar.
Desde entonces vivieron en la casita de barro, y no volvieron a discutir.
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